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La sentencia de muerte de la madrugada del pasado sábado durante una boda del clan de los Brunos en Torrejón de Ardoz , uno de los más conocidos de Madrid desde hace décadas, a manos de un pariente que segó la vida a cuatro invitados y ha dejado heridas a otras diez personas es el último capítulo de reyertas entre estos grupos.
El autor está detenido, se trata de Micael Da Silva Montoya.
En la región hay alrededor de una docena de estas familias, muchas con lazos directos de sangre entre ellas, que tan pronto tienen alianzas en el mundo del narcotráfico como se juran el ojo por ojo por supuestas «afrentas de honor».
Hablan de que existen alrededor de 20 búnkeres o construcciones donde muchos de ellos venden droga en la Cañada Real.
El número ha descendido considerablemente, si tenemos en cuenta que hasta hace un lustro, cuando empezaron a desmantelarse y derribarse, golpe a golpe policial, eran aproximadamente de 50, casi todos en el sector VI (Valdemingómez).
A ellos hay que sumar unos 200 fumaderos que persisten y la eclosión, también de mano de estos clanes, de las plantaciones de marihuana que llevan dos años arrebatándoles el servicio de electricidad al resto de familias vulnerables del asentamiento, especialmente en la zona que pasa por el distrito de Villa de Vallecas.
El clan de los Gordos es, probablemente, el más conocido para el público en general.
Desde hace unos quince años, son objeto de operaciones policiales que han acabado con sus cabecillas entrando (y en muchas ocasiones, saliendo) de la cárcel.
Adela Motos y Juan José Hernández Ramírez, que fueron condenados a 12 años de cárcel, se encuentran libres, y hace solo unos meses, en marzo, volvieron a ser identificados en el marco de una investigación contra narcopisos en Puente de Vallecas.
Es la vía de escape que el matrimonio y su parentela ha encontrado tras las numerosas investigaciones contra ellos, que datan desde al menos 2003. E
ntonces, intentaron justificar los 35.000 euros y 12.000 en joyas que se les hallaron en que habían ganado la lotería.
Eran los reyes de la Cañada Real, con documentales televisivos y reportajes en prensa incluidos, aunque ellos residían en el Pozo del Tío Raimundo, en Vallecas.
Parón en la ruta de la heroína
Tras ellos, otras familias de la droga como los Kikos, los Brunos, el Bigotes, los Emilios, los Fernández Fernández y los Jiménez siguen sobreviviendo del mal llamado negocio de ala droga.
La presión de los investigadores, la pandemia y la posterior guerra en Ucrania (lugar de paso de buena parte de la heroína que llega desde Afganistán y Turquía) han laminado sus ganancias.
Todo ello, además del menor reproche legal que supone traficar con marihuana, les ha llevado a pasarse a las plantaciones ‘indoor’ en el poblado, con especial dedicación a la clientela china, que es la que más y mejor les paga lo que dan los cultivos.
Eso sí, la coca y el caballo los siguen vendiendo, aunque han mudado este tráfico a los mencionados narcopisos, muchos de ellos okupados pero también son concesiones de viviendas sociales. Los Jiménez aquí se llevan la palma: en noviembre de hace dos años.
Tres generaciones de esta familia fueron detenidas.
Un total de 22 encartados en la llamada operación Gimeno, que desplegó a unos 200 policías nacionales a pie, en coche y a caballo; por el subsuelo y a la Unidad Canina, en torno a los diez pisos de cuatro bloques de protección oficial que se habían convertido en el mayor punto de venta de heroína en aquel momento, en la calle de Cullera (Latina).
A dos pasos del parque de la Cuña Verde.
Detención de mujeres del clan de los Jiménez, en la calle de Cullera, en noviembre de 2020 josé ramón ladra Este marzo, la Policía detuvo a cinco personas de este clan, que tenían 30 rifles, pistolas, escopetas, chalecos antibalas e incluso un arco de flechas.
Tenían su cuartel de operaciones en el edificio El Ruedo, en Moratalaz y junto a la M-30, uno de las zonas de realojo más conflictivas de la capital.
Terror en San Diego De similar manera, aunque a menor escala, trabaja el clan de la Lupe , con tres talleres, dos bares y un buen puñado de pisos en los número 51 y 65 de la calle de la Peña de la Atalaya, en el barrio de San Diego (Puente de Vallecas).
En 2019, se decía que habían llegado ocho años atrás procedentes del extinto poblado de Las Barranquillas, hasta entonces el mayor supermercado de la droga de Europa y cuyo desmantelamiento aupó a la Cañada Real.
Allí, esta matriarca y sus compinches instalaron la ley del miedo en el vecindario, aún con los coletazos de la anterior crisis económica y el nuevo despegue de la heroína.
Amén de las ocupaciones mafiosas y hasta de los préstamos más usureros a los ludópatas que frecuentan las casas de apuestas de la zona.
Operación Maíz La operación Maíz desveló, en octubre de 2020, que el clan de los Kikos despachaba hasta 200 dosis de droga all día en su complejo bunkerizado de la Cañada.
Se intervinieron 520.000 euros en efectivo, 19 kilos de cocaína, casi tres kilos de otras sustancias – hachís y heroína-, 18 armas de fuego cortas reales con casi 2.000 cartuchos de distintos calibres.
Tenían, además, relojes de lujo, 11 coches y 250 décimos de lotería en los cinco registros, llevados a cabo en Illescas (Toledo), Alcalá de Henares, Torrejón del Rey (Guadalajara) y Madrid ciudad (dos inmuebles).
Son parientes de los Gordos.
Los Brunos conforman un entramado familiar desde hace décadas dedicado a la heroína y a la cocaína. La operación Cacahuete, el 5 de enero de 2019 y con 17 detenidos, demostró, sin embargo, que también se habían reciclado con los cultivos de marihuana.
Dos de los cabecillas del clan de los Emilios JAIME GARCÍA Los grandes nombres de la familia afectada por la masacre del atropello en Torrejón durante la boda de hace una semana son: Manuel Bruno Suárez, de 64 años, considerado el patriarca.
Su hijo y sucesor es Manuel Bruno Jiménez, alias ‘Mané’, de 45, y su mujer, Inés Pardo Fernández , de 43 años.
Mané cuenta con una veintena de reseñas, por Policía Nacional por reclamaciones, delito contra la seguridad del tráfico, quebrantamiento de condena, atentado a agente de la autoridad, conducción bajo los efectos del alcohol y las drogas, tenencia de armas y explosivos, robo con fuerza, malos tratos, trato denigrante…
Este matrimonio entró entonces en prisión, junto a Antonia Jiménez (60) con cinco antecedentes por tráfico de drogas, entre otras cosas; y Antonio Bruno Jiménez (46), alias ‘El Gato’ y hermano de Mané.
Tenía doce reseñas de ambos Cuerpos por reclamaciones, robo de vehículo, quebrantamiento de condena y delito contra la seguridad del tráfico.
También fue arrestado el hijo de Mané e Inés, Enrique Bruno Pardo, alias ‘Kike’ , de 26 años y sin historial hasta entonces.
Degollado por su vecino, el Chule
En cuanto al clan de los Montoya , radicado esencialmente en Usera y que podría tener relación con el autor del atropello criminal de Torrejón de Ardoz, protagonizaron una reyerta multitudinaria en la calle del Cristo de la Victoria, 111, que acabó con seis detenidos.
Padres, hijos y demás familiares, todos varones de entre 17 y 61 años, habían salido a la calle con mesas y sillas, a beber y con la música a tope.
La Policía Municipal se presentó allí y la respuesta de los Montoya fue: «No nos vamos a identificar. Podemos estar en la calle y no podéis echarnos».
A uno de los funcionarios le espetaron: «Te conozco y te voy a matar». Se le encaró e intentó agredirle. Ante tal situación, pidieron refuerzos.
Llegaron patrullas de Usera y de distritos aledaños, así como de la Unidad de Prevención y Reacción (UPR) de la Policía Nacional. Al grito de «¡Hijos de puta, os vamos a matar! ¡De aquí no vais a salir vivos!», se abalanzaron, hasta que fueron reducidos y esposados.
El de los Visita tiene como cara visible al Chule y como mayor crimen el apuñalamiento de Paco, un vecino de 64 años, que celebraba un cumpleaños con su familia.
Cuando salió a sacar sus cuatro perros con sus dos hijos, su cuñado y dos primos, le degollaron tras una discusión por la suciedad de los animales: «Mis perros huelen mejor que tú», le dijo la víctima a una de las integrantes de los Visita.
Se produjeron disturbios posteriores, hasta que el patriarca de la zona, del clan de los Campos, tuvo que mediar con los 136 familias bajo su control en Vallecas y evitar otro derramamiento de sangre. Jesús, ‘el Chule’, se acabó entregando: «Toma el cuchillo, abuela, que he matado a un payo», había dicho antes de huir.
El triple atropello de El Álamo El Chote, de los Feriantes , está en la calle, a la espera de juicio, tras expirar los dos años de prisión provisional máximos (salvo en casos muy extremos).
Está acusado de ser el autor del triple atropello de El Álamo: presuntamente lo cometió la noche del 26 al 27 de julio de 2020 tras una trifulca en una petición de mano.
Segó las vidas del matrimonio conformado por Antonio Hag, ‘Peke’, y Jéssica Portela , de 28 y 27 años, respectivamente.
Dejaron cuatro menores huérfanos (el mayor, de solo 12 años) y a una familia destrozada. Se llevó también por delante a Lucía, de 18 años y cuñada de Antonio, a quien dejó malherida pero salvó su vida milagrosamente.
Sufre importantes secuelas, pues le rompió una pierna por la tibia, el fémur y el peroné, el coxis y padece parálisis facial.
Un suceso que recuerda, demasiado, al atropello de Torrejón de Ardoz.
Siete meses después, el Grupo de Homicidios de la Guardia Civil de Madrid detenía al Chote, cuyo verdadero nombre es Jesús Georgevich Gabarre, madrileño de 42 años (aunque con ascendencia húngara).
Jesús Georgevich Gabarre, ‘El Chote’ 30 armas para velar a un familiar en el cementerio
Finalmente, tenemos a los clanes de los Vascos y los Pecas , cuyos destinos quedaron para siempre enlazados el 19 de mayo de 2022, con el asesinato de Lucas Fernández Muñoz.
No llegó a cumplir los 48. Años. Estaba casado con una de las mujeres de los Vascos. Cuando en julio se esclareció el crimen, se supo que una riña previa entre hijos de ese clan y de los de los Pecas había desencadenado el tiroteo mortal.
Se investigó un posible ajuste de cuentas por drogas o una venganza por asuntos turbios.
Pues bien, en vísperas de Todos los Santos, hace dos semanas, los Vascos acudieron al cementerio de Carabanchel a rendir recuerdo a Lucas a las siete de la tarde, armados hasta los dientes. La Policía Municipal, que patrullaba por el camposanto, les requisó 30 armas de todo tipo: desde pistolas a 67 cartuchos de munición, pasando por bolomachetes, estoques, bastones con espadas, un palo de golf, una hacha y demás armas blancas.
Temían que fueran atacados por los Pecas, tras la detención del autor de la muerte de su familiar.