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La noche está en calma, quizá demasiado. Román coge la correa y hace el ademán de salir; su perro Maszia, un mestizo traído de Polonia, ya espera nervioso en la puerta.
El reloj marca las once menos algo y los dos ponen rumbo al parque de la Cuña Verde de Latina : son diez minutos de trayecto, un camino tranquilo que o bien él, como hoy, o bien su mujer recorren a última hora del día para que el perro aguante mejor hasta la mañana siguiente.
Al llegar, Román es consciente del divertimento del can, «perseguir a los gatos que transitan entre coches», por lo que decide moverse hacia el centro del parque. El clima, tan inestable en las últimas semanas, es agradable, aunque el hecho de que sea domingo hace que apenas se crucen con un par de personas.
El paseo dura cerca de media hora, hasta que este funcionario de 33 años y 1,92 metros de estatura se sienta en uno de los bancos ubicados en torno a la fuente más próxima al Mirador Bajo. «Me puse a hablar con mis padres por el teléfono móvil, en manos libres, porque al mismo tiempo les estaba compartiendo fotos de una actividad que había hecho con el perro», relata a ABC, con él y sus progenitores muertos de risa al ver a Maszia subido por primera vez en una canoa. Y es ahí cuando la cosa se empieza a torcer.
Un individuo encapuchado se dirige hacia él con el brazo extendido, porta en la mano una pistola y no tarda en lanzar la amenaza: «Quédate quieto, que esto es una pistola y como hagas algo te mato». De primeras, Román piensa que es una broma, un gracioso que ha bebido algunas copas de más y ve divertido ir con un arma de juguete asustando a los demás.
Pero muy pronto descubre que no: el sujeto le encañona y casi con sometimiento le obliga a mantener la cabeza agachada. «Se puso muy nervioso y me dijo que colgara la llamada», recuerda. Noticia Relacionada estandar No Relojería policial en las calles de la Milla de Oro: adiós a los falsos ‘riders’ que robaban rolex a punta de pistola Aitor Santos Moya La Policía Nacional desarticula un grupo dedicado a sustraer relojes de lujo a plena luz del día en el barrio de Salamanca Al otro lado del teléfono, sus padres escuchan la embestida e intentan rápidamente amedrentar al agresor: «Mi padre llegó a decir ‘qué bajo’, y eso que viven a una hora».
Pero la amenaza es infructuosa. Con el botón de colgar pulsado, le exige que entre en ajustes y trate de formatear el móvil, un iPhone 10 de poco valor, «que fácilmente puede tener siete años». Su propietario, que no sabe resetear el sistema, le dice que se lo lleve, lo que intensifica los nervios del atacante. «Él no paraba de repetirme que o lo hacía o me mataba».
En un momento dado, el afectado observa a su interlocutor distraído y sin pensarlo echa a correr. A grito pelado trata de pedir ayuda mientras Maszia, como es lógico, sale detrás él.
Aunque no es el único. La persecución dura unos 30 metros, momento en que el atracador, de acento latinoamericano, complexión normal y más joven que él, le placa contra el suelo.
«Me tira y me golpea con la culata», prosigue, sin saber aún que le acaban de abrir una brecha. «Con la adrenalina a tope no noté el dolor, pero al tocarme vi que tenía la mano llena de sangre». De no ser por la gravedad de los hechos, la escena a estas alturas cobra tintes surrealistas.
El sujeto le pide el número PIN en reiteradas ocasiones… «Se lo daba y el tío me volvía a decir ‘más lento o te mato’, hubo un momento en que ya se lo dije lentísimo, sieeeeete, ciiiiinco, y así». Por si fuera poco, un segundo malhechor que vigilaba a lo lejos aparece en escena y entre ambos le propinan varias patadas. «Me registraron los bolsillos y al no encontrar la cartera se envalentonaron aún más», rememora, antes de revivir la extraña huida de los asaltantes.
«Mientras se iban el de la pistola me decía que no me levantara o me mataba, pero fue él quien volvió de nuevo para pedirme otra vez el PIN». La chapuza por un iPhone 10 de color negro estaba consumada.
La víctima, dos semanas después de ser asaltada en la fuente más próxima al Mirador Bajo TANIA SIEIRA Sin móvil, Román y su perro salen del parque en busca de ayuda. «Le pedí a un hombre el suyo tras explicarle lo que me ha pasado y cuando estaba llamando justo escuché la voz de mi mujer», añade.
Tras escuchar atónitos el inicio del robo, sus padres ya habían dado la voz de alarma a la Policía y a su propia nuera, que sin margen para reaccionar había salido de casa en busca de su marido. Dos unidades del Cuerpo Nacional se personan rápidamente, mientras una ambulancia de Samur-Protección Civil le atiende a pie de calle antes de trasladarlo al hospital Clínico San Carlos, donde los médicos le colocarán hasta cinco puntos de sutura.
Ahora, dos semanas después, Román ha vuelto a sacar a Maszia de noche, «pero no por el parque» . Los lugares sin gente también le generan ansiedad, consciente de que el golpe psicológico, «el saber que esas personas están libres con una pistola», es el más contundente. La falta de cámaras en el parque y el hecho de que Apple no facilite los últimos números asociados a su terminal hacen más difícil su localización. Con la protección de datos hemos topado.