Le conocen como el Haj y había montado su negocio traficando con ansiolíticos desde su casa de Lérida. No estaba solo. Contaba con la ayuda de su mujer, de su amante y de varios miembros más de su familia, todos de origen marroquí pero asentados en Cataluña. Tenía, además, un socio español, un proveedor de Alicante, que le conseguía más pastillas y sustancias no fiscalizadas. La base para elaborar un potente alucinógeno, llamado Karkubi, que está causando estragos en Marruecos y que mezcla en su composición endemoniada medicamentos psicotrópicos con hachís, alcohol
e incluso pegamento.
La Policía Nacional ha acabado con la organización –ha detenido a ocho personas– y ha intervenido la mayor cantidad de fármacos hasta ahora en España: 210.000 pastillas de la familia de las benzodiacepinas. Al otro lado de la frontera, en Marruecos, que ha colaborado estrechamente en la investigación, se han incautado otros 300.000 fármacos.
Los traficantes están haciendo su agosto en el norte de África, donde el Karkubi lleva más de quince años de moda y es consumido en escuelas e institutos entre niños de hasta 12 años. La ruta de la droga a la inversa porque las pastillas, la base, proceden la mayoría de la península Ibérica. Allí, en laboratorios clandestinos se consigue el cóctel venenoso, al que se añade ‘maajun’, una popular masa de harina mezclada con hachís en polvo y colorante líquido. El producto final son unas pastillas que se venden a entre 30 y 80 dírham (de 2,5 a 7 euros) y que pueden desencadenar graves alucinaciones y psicopatías.
En el mercado negro los chavales las llaman cartucho, recarga, ampolla roja o ‘Guadalupe’ (por una popular serie mexicana que se puso de moda en Marruecos), y en ese viaje alucinógeno llegan a automutilarse, a atacar en grupo y a intentar suicidarse. La altísima tolerancia a las drogas que desarrollan hace que si necesitan anestesia, por ejemplo, apenas funcione.
Y esa travesía a las tinieblas arraigada entre los más pobres había empezado en los últimos meses en Lérida; en parte en la consulta de una doctora que denunció el robo de recetas de pastillas en apariencia inofensivas como Rivotril o Trankimazin. El Haj, con antecedentes por estafa y falsificación, se abastecía de dos formas: con recetas originales o falsas de gente adicta a las que se las prescribía un médico, y esos yonquis se las arreglaban para conseguir más y más.
Laboratorios clandestinos
La segunda fórmula pasaba por rellenar esos envases de marcas conocidas con una sustancia, una ‘copia’ del clonazepam que no se comercializa y no está aún fiscalizada. Esto implica que tiene que haber uno o varios laboratorios clandestinos que no se han encontrado. Estas ‘copias’ las conseguía el socio español (afincado en Alicante) del jefe de la organización.
La Sección II de la Brigada Central de Estupefacientes de la Policía Nacional empezó la operación en junio del año pasado, gracias al intercambio de información con el centro de cooperación policial de Tánger donde trabajan codo con codo agentes españoles y marroquíes. Los agentes alauitas informaron de que habían intervenido un furgón arrendado por una empresa de transporte domiciliada en Lérida. En su interior había 361.672 pastillas y casi cinco kilos de cocaína.
Las pesquisas condujeron a Lérida y al entorno del Haj, que utilizaba a individuos con antecedentes y adictos para conseguir las recetas a cambio de unos euros o de unas dosis. En septiembre, se desarrolló la primera fase y se intervinieron 80.000 pastillas en Getafe. Uno de los investigados trabajaba en una empresa de paquetería leridana y desde ahí se había hecho un envío destinado a Ceuta y camuflado en dos hornos industriales. Los 348 botes tenían cuatro veces más fármacos que la marca que utilizaban.
Unos días después, los investigados cambiaron de método y mandaron a uno de los suyos en coche hasta Francia. Allí iba a embarcar en el puerto de Séte en un ferri que lo conectaría con Nador y luego viajaría a Casablanca. Llevaba 70.000 benzodiacepinas. En noviembre, otra vuelta de tuerca. Esta vez cargaron un coche y escondieron 62.000 pastillas en sus correspondientes blíster camufladas entre galletas del Mercadona y decenas de bolsas. Se dirigían a Levante para vender esta partida al intermediario, pero el destino final de las 210.000 aprehendidas en total era Marruecos. En diciembre fueron detenidos el cabecilla, con 27.000 euros y 300 pastillas y el resto del grupo, ocho en total.