Era primera hora de la noche y Cesáreo Toribio estaba en su establecimiento, una pequeñísima taberna situada en el número 7 de la citada calle. En el sótano del local, a causa de las filtraciones de las cañerías del agua, se producía cada invierno una inundación que casi alcanzaba la mitad de la altura de las paredes. Cuando llegaba el verano, el dueño dedicaba una jornada al desagüe y la limpieza de ese sótano. De esta forma, podía utilizarlo para refrescar el vino en pellejos, y la cerveza en botellas.

En esta ingrata labor, encontraba cada año la ayuda de amigos y vecinos, que a cambio eran obsequiados con algunas copas de vino. El año de los hechos, del sótano salía un olor nauseabundo, lo que hacía pensar a Cesáreo que la inundación iba a ser aún mayor de lo habitual. Por eso, pidió a la compañía arrendataria del desagüe de pozos negros que vinieran a limpiar aquello.

Nadie contestó a la reclamación, por lo que el tabernero se decidió a hacerlo personalmente. Y pidió ayuda a su vecino Juan Tovar: cuando éste volvió del trabajo, a las 7.30 de la tarde, se pusieron a la tarea.

A voces
Primero levantaron la rejilla de hierro que da acceso al sótano, sacando por allí hasta 80 cubos de agua sucia. «Cuando ya con el cubo no podían hacer más,descansaron un momento para ver el modo de continuar la operación», proseguían los cronistas. Cesáreo se fue a las habitaciones interiores un momento, mientras Juan Tovar entraba en el sótano por una trampilla que hay detrás del mostrador. Comenzó a bajar los escalones y repentinamente, cayó al fondo, asfixiado. El tabernero llegó entonces al sótano, y llamó a su amigo desde lo alto de la trampilla. Viendo que no respondía, pidió ayuda, alarmado.

A sus voces acudió otro vecino, Luis Tiller, que también cayó al fondo nada más poner el pie en los primeros peldaños. El tabernero salió entonces corriendo hacia la Casa de Socorro de Latina, que estaba cerca.

Mientras, llegó al lugar otro vecino, Ciriaco Esteban, con unas cuerdas. Al intentar sacar a los de dentro con ellas, cayó también dentro. Los congregados, espantados, vieron cómo también resultaban asfixiados Isidro Ortega y Juan Illana.

Hasta la trampilla se acercó la esposa del tabernero con una vela encendida, para que hubiera luz en las tareas de salvamento. Pero los vapores que salían de allí le hicieron perder el conocimiento, y también cayó por la escalerilla.

Llegaron a la taberna en ese momento efectivos de la Casa de Socorro, junto con Bomberos y la Guardia Civil, y comenzaron los trabajos de extracción. Primero, se abrieron las dos hojas de la puerta del sótano, para facilitar la salida de gases. Así pudieron bajar varios peldaños de la escalera, y encontraron en el fondo del sótano los cuerpos de las personas que habían caído.

Sólo salió con vida Ciriaco Esteban, de 30 años, y Anastasio Carrión, de 31. Los demás ya eran cadáveres: Juan Tovar, 32 años, casado, jornalero, natural de Fuentepelayos (Segovia); Luis Tiller, de 35, soltero, de Madrid; Isidro Ortega, de 33, soltero; Juan Illana, de 44, casado, natural de Cañoveras (Cuenca); y Petra Toribio Mínguez, esposa del tabernero, 36 años, tres hijos.

La desgracia persiguió al pobre tabernero, a quien sus vecinos, al enterarse de la causa del suceso, le culparon del mismo y pretendieron lincharle. «Tuvo que salir custodiado por la Guardia Civil, que dijo que le llevaban preso» para serenar los ánimos.