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Lo primero que vio Cecilia fue una luz encendida, la de su salón, a las cinco de la mañana. Su marido dormía en la misma cama de la que ella había salido para ir al baño.
«Un despiste lo tiene cualquiera», pensó, aunque casi que lo descartó de inmediato. Con el sueño a cuestas tuvo tiempo de elucubrar otras teorías .
¿Es posible que su hija pequeña (con la que viven) hubiera discutido con el novio (con el que se había marchado el fin de semana a la localidad de Chapinería) y ahora estuviera tranquilamente en el sofá? Raro.
¿O tal vez su hija mayor (con la que no viven pero tiene llaves) se hubiera presentado a altas horas de la madrugada «por hacer la gracia»? Más extraño aún.
Lo cierto es que ni una cosa ni la otra, pero a decir verdad, la realidad siempre supera a la ficción. Y si no, lean con detenimiento.
La noche del sábado 19 al domingo 20 de noviembre, un joven «de no más de 16 años», vestido con una sudadera gris y blanca y un pantalón de chándal negro, «y de procedencia árabe», entró por una ventana de la cocina y se introdujo en un primer piso de la calle de Villamanín.
«Si llego a saber que hay alguien que no conozco en casa ni abro la puerta del salón, pero no se me pasó por la cabeza», relata Cecilia, dos semanas después de la incursión sufrida.
Con un ojo abierto y el otro cerrado, la mujer de 51 años, apenas tuvo tiempo para decir «qué haces», antes de producirse el primer y único intercambio de miradas.
El intruso corrió a la cocina y cogió un cuchillo japonés, «de esos que corta el viento, en forma de puñal».
Es decir, grande, afilado y curvado. El arma, sin embargo, no lo usó para enfrentarse a la vecina.
«Saltó por la uralita y se marchó», añade, consciente de que al sorprender al menor en el salón, escuchó también ruidos en la cocina, por lo que al menos dos individuos serían los que habrían accedido a la vivienda. Tras asomarse al jardín de la urbanización y no ver nada, la afectada despertó a su marido y este se dio cuenta de que faltaba el cuchillo .
Lo primero que hicieron fue llamar a la Policía, que se presentó a primera hora de la mañana. Además del matrimonio, residentes en el barrio de Batán desde hace 30 años, Duna y Chispa también se encontraban en la casa.
«Tiene narices que las dos chihuahuas se pongan a ladrar como locos cada vez que ven a alguien, y con este chico estuvieran tan tranquilas en el sofá», ríe la moradora, superado el susto inicial.
Tras interponer la correspondiente denuncia en la comisaría de Arganzuela, la pareja ha decidido reforzar la seguridad.
Primero una alarma pegada a la persiana, «que si te olvidas de desactivarla por la mañana y la subes se pone a pitar como un grillo»; y un sistema más sofisticado con una empresa de vigilancia, instalado días atrás.
Su caso, por surrealista que parezca, no es el único acaecido en el barrio.
Otra de las casas en las que han instalado una alarma GUILLERMO NAVARRO Sin ir más lejos, consta otra denuncia de esa misma noche por un suceso de índole similar.
Un hombre alertó a la Policía de que en el domicilio en el que reside, ubicado en la calle de Villasandino, alguien ha entrado por la ventana de una de las habitaciones que no está habitada.
En realidad, él y el resto de moradores escucharon ruidos por la noche pero no le dieron mayor importancia al pensar que sería alguno de sus compañeros.
Al levantarse, fue cuando observaron el salón desordenado y echaron en falta dos teléfonos móviles y cerca de 600 euros sustraídos de dos carteras.
Pero eso no es todo. En la denuncia también se recoge que «la persona que entró a robar dejó un excremento en la habitación».
Problemas escatológicos al margen, el miedo se ha apoderado de un enclave, el de Batán, en el ojo del huracán desde que el albergue juvenil Richard Schirrmann fuera convertido en un centro de emergencia para los menores extranjeros no acompañados llegados a la región.
En las últimas semanas, se ha producido un aumento de los hechos delictivos, que han acabado con una decena de estos adolescentes detenidos. La mayoría de los vecinos consultados tienen claro que detrás de las escaladas de balcón estarían algunos de los actuales internos, un extremo que este periódico no ha podido confirmar.
Crisis migratoria En mayo, la Comunidad de Madrid anunció que a lo largo del pasado mes de noviembre echaría el cierre al refugio habitacional de la Casa de Campo y trasladaría a los jóvenes a un nuevo espacio en Barajas.
Pero al borde de cumplirse la fecha, el Gobierno de Isabel Díaz Ayuso pospuso el traslado amparándose en la última crisis migratoria.
En concreto, justificó la decisión tras recibir la orden del Gobierno central de que todas las autonomías debían acoger a adolescentes migrantes procedentes de Canarias, Ceuta y Melilla, cuyos recursos estaban entonces colapsados.
La consejera Dancausa explica que el aplazamiento se produce tras la orden del Gobierno central de que todas las autonomías deben acoger a adolescentes migrantes procedentes de Canarias, Ceuta y Melilla El movimiento, que al menos en los próximos meses no se llevará a cabo, implicaba el traslado de los residentes del Centro Ocupacional de Barajas, donde la Agencia Madrileña de Atención Social (AMAS), adscrita a la Consejería de Familia, Juventud y Política Social, planea crear una residencia específica para menores extranjeros solos.
El espacio de Casa de Campo tiene una capacidad de 50 plazas, de las que 47 están en este momento ocupadas. «Durante este año hemos atendido en Madrid a más de 2.670 menores y el de Casa de Campo lo ha hecho con 244», cifraba en octubre la propia consejera, Concepción Dancausa. Mientras tanto, los moradores de Batán advierten de la escalada delictiva sufrida en los últimos tiempos.
«En verano, el número de menores era muy bajo y estuvo todo muy tranquilo», resumen en la zona. La Policía Municipal arrestó el lunes a tres menores acogidos en el centro tras agredir a un joven de 14 años para robarle en el metro de Batán.
Por su fisonomía, la estación del suburbano es uno de los puntos señalados en rojo por el vecindario. «Volvía de fiesta a las 7 de la mañana, cuando tres chicos me arrancaron la cadena del cuello en el pasadizo subterráneo que hay que cruzar para salir a la calle», revelaba la semana pasada David.
El problema, lejos de remitir, amenaza con enquistarse, a la espera de una solución que no llega.